Nací a finales del siglo XIX en un pueblecito turolense. Mi familia se trasladó a Barcelona en busca de mayores oportunidades laborales. Nuestro padre quiso que mis hermanos y yo estudiásemos música e ingresé muy joven en el conservatorio del Liceo de Barcelona. El profesor enseguida vio las posibilidades de mi voz y me envió, con una beca, a Milán para que completara mi formación.
Debuté en 1908, con dieciséis años, interpretando a la Rosina de ‘El barbero de Sevilla’ de Rossini, en el Teatro San Carlo de Nápoles. Triunfé como una de las mejores “soprani d’agilitá” de mi tiempo e inicié una carrera que me llevó por los principales teatros de Italia, Europa y América. Canté con estrellas como Caruso, Chaliapin o Miguel Fleta.
Los críticos destacaban también mis dotes dramáticas sobre el escenario, los movimientos de mis abanicos y unos agudos intensísimos de mi voz cálida y cristalina, de tesitura amplia y gran fortaleza.
Conocí a lo más selecto de la aristocracia de cada lugar. Mi vida personal estuvo surcada por dos matrimonios fallidos, amantes como Aga Khan III o Romanov, primo del zar de Rusia, y muchos admiradores.
Había abusado de mi voz para satisfacer las exigencias del público y eso me pasó factura. En los años treinta abandoné mi carrera como soprano.
Al retirarme de la escena dediqué todo mi tiempo a la enseñanza del bel canto en Atenas, Ankara y Milán. Una de mis alumnas favoritas fue María Callas. Me di cuenta de su gran potencial y la formé con férrea disciplina (día y noche), como cantante y actriz dramática de ópera. Le costeé la carrera y la modelé por completo. María me quiso como a una madre y fui su consejera profesional y sentimental.
En la Grecia ocupada por los alemanes, la preparé para cantar las dos óperas más representativas de la lucha por la libertad y contra la tortura: ‘Tosca’, de Puccini, y ‘Fidelio’, de Beethoven.
Continué hasta el final de mis días impartiendo cada mañana cuatro o cinco lecciones de canto. Daba clases a muchos japoneses.
Todos los martes organizaba una fiesta en mi casa con personajes importantes de la sociedad italiana, como Luchino Visconti, Wanda Toscanini, periodistas, empresarios…
Cuando murió María, sufrí mucho. Fallecí tres años más tarde que ella.