Andrea Carreras-Candi
Directora de EFPA España
El mes de octubre, que acabamos de dejar atrás, ha sido el de la conmemoración de la semana de la educación financiera y del Día Mundial del Ahorro, fechas que cada año recuerdan la importancia de la gestión correcta de nuestras finanzas, como pilar fundamental para alcanzar nuestros objetivos vitales.
Si atendemos al significado de la palabra ahorrar, la Real Academia de la Lengua Española define el término como “reservar una parte de los ingresos ordinarios”. Otra acepción se refiere a “guardar dinero como previsión para necesidades futuras”, mientras que, la tercera definición se vincula con “evitar un gasto o consumo mayor”.
Desde el punto de vista macroeconómico, el crecimiento de una economía depende de la inversión, que está directamente relacionada con el ahorro. Ahorrar supone sacrificar consumo presente por consumo futuro; una disyuntiva a la que se enfrenta siempre la economía, tanto a gran escala como para el ahorrador particular.
Lo cierto es que tras muchos meses de sufrimiento derivado por la crisis de la Covid-19, parece que el respiro del virus, directamente relacionado con la extensión de la vacuna, ha propiciado una recuperación de la normalidad que está repercutiendo de manera muy positiva en la actividad económica, con un ritmo de creación de empleo que se acerca a los niveles de pre-pandemia y una apertura que permite un aumento del consumo y la confianza de los españoles en el futuro, al menos en el corto y medio plazo.
Esa tan necesaria recuperación del consumo debe ir aparejada también de una estrategia de ahorro que tenga en cuenta las nuevas circunstancias a las que nos enfrentamos.
Por un lado, el entorno de tipos bajos en el que nos instalamos desde hace años y que hace imposible obtener grandes rentabilidades sin asumir grandes riesgos y, por otro lado, la creciente amenaza de la inflación, que alcanzó en septiembre un 4% interanual, y amenaza con seguir subiendo, lo que repercute directamente en el poder adquisitivo del ciudadano medio.
Además de estos dos factores, a la hora de trazar un plan de ahorro, debemos valorar la amplísima gama de productos financieros que existen en el mercado y las innumerables alternativas con las que contamos, ligadas siempre a nuestros objetivos financieros, perfil de riesgo y horizonte temporal. Siempre que planteemos una estrategia de ahorro, debemos hacerlo pensando en el largo plazo.
Las rentabilidades elevadas en el corto plazo, sin grandes riesgos, se antojan imposibles, pero, en el largo plazo, tenemos como aliado al interés compuesto, es decir, aquellos activos que se van sumando al capital inicial y sobre el que se van generando nuevos intereses, juega a favor de aquellos que empiecen a ahorrar desde muy jóvenes. Y ante ese planteamiento largoplacista, no podemos pasar por alto la importancia de ahorrar para la jubilación. Resulta paradójico que, mientras que el futuro de las pensiones ya se ha asentado como tema de debate en toda la población, todavía son pocos los que ahorran para ese objetivo.
Antes de empezar a ahorrar para la jubilación, debemos valorar que existen diferentes alternativas para acumular un capital que nos permita complementar la pensión pública, una vez llegado el momento. De esta forma, y aunque los planes de pensiones son el vehículo ideal para ahorrar para la jubilación, también existen otros vehículos, como los planes de previsión asegurados (PPA), los planes individuales de ahorro sistemático (PIAS) o los seguros de vida ahorro.
La otra buena noticia es que, cuanto antes empecemos a ahorrar, menor será el esfuerzo que realicemos. Además, las aportaciones periódicas se pueden adaptar en cada momento a la situación personal del ahorrador, lo que aporta un componente de flexibilización.
Precisamente, cuando apelamos a la educación financiera y a la cultura del ahorro, estamos hablando de conocer que existen todas estas alternativas que existen a la hora de ahorrar y que la mejor estrategia pasa por contar con la ayuda de un asesor financiero cualificado que nos guíe en base a nuestra aversión al riesgo, características e intereses personales, horizonte temporal y objetivos financieros.
Pero la educación financiera también sirve para discernir la información buena de la mala, en la época de la sobreinformación y las fake news, y para saber que el producto perfecto no existe, sino que es necesaria adoptar una estrategia personalizada para exprimir el máximo jugo a nuestras finanzas personales.