Patricia Esteban Erlés: “Siempre procuro dar voz a ese lado oscuro que me horroriza y cautiva por igual”
Laura Latorre Molins
Periodista
Al universo de Patricia Esteban Erlés se accede por la puerta de una casa verde de pasillos estrechos, cuyas habitaciones esconden todo tipo de secretos. En este universo tenebroso descubrimos ese lado oscuro de la realidad que nos atrae, pero al que nos da miedo asomarnos y para el que no hay espacio en una sociedad que tiende a mirar siempre hacia la luz, aunque sea artificial.
Esta reconocida escritora zaragozana ha publicado este año ‘Ni aquí ni en ningún otro lugar’, un compendio de cuentos donde deja patente que “hay mucha hermosura en la tiniebla”.
Acaba de publicar ‘Ni aquí ni en ningún otro lugar’. ¿Qué tal está siendo la acogida?
La verdad es que estamos muy contentos, porque se ha generado una maravillosa corriente, ese boca a boca de lectores, librerías, bibliotecas, que hace que día a día un libro tenga una vida más larga. Me encanta cuando un lector o lectora me escribe en redes para contarme sus sensaciones, cómo me confiesan que lo van degustando poco a poco para que los cuentos duren más, para no salir del todo del libro.
Es maravilloso cuando además esperan en las presentaciones para que les firmes dos o tres ejemplares, porque quieren compartir la experiencia con otras personas. Y también el hecho de que un librero o librera, una biblioteca, recomiende su lectura, desde el convencimiento y el entusiasmo.
Han surgido ya varios clubes de lectura, lo estamos presentando en ciudades donde nos han invitado a llevar el libro verde de paseo, están previstas charlas en los próximos meses. Son todo pequeños síntomas de buena salud del libro.
Los adultos disfrutamos regresando en el corcel de las palabras a esos castillos, a la casa de chocolate, porque son territorios conocidos, perdidos durante años pero que se quedaron en un estado de latencia en nuestra memoria
¿Qué tienen los cuentos de hadas para seguir gustándonos de adultos?
Una increíble belleza, para empezar. Es un mundo tremendamente plástico el que sugieren, donde además los objetos están tan vivos como los protagonistas humanos y los animales hablan. Hay una relación muy fluida entre los elementos que componen ese ecosistema narrativo, una naturalidad en la forma de exponer lo improbable (que un lobo hable, que unas zapatillas rojas bailen solas, que una doncella duerma cien años y despierte como si nada) que es difícil sustraerse a su hechizo.
Los adultos disfrutamos regresando en el corcel de las palabras a esos castillos, a la casa de chocolate, porque son territorios conocidos, perdidos durante años pero que se quedaron en un estado de latencia en nuestra memoria.
Le da voz también a los monstruos que siempre han permanecido como los malos del cuento y los muestra como seres incomprendidos que nos han enseñado a temer desde niños pero cuya historia resulta interesante. ¿Es así?
Me encanta la monstruosidad como tema literario. Siempre procuro dar voz a ese lado oscuro que me horroriza y cautiva por igual. Creo que hay un lado oscuro en cada uno de nosotros que nos cuesta aceptar y muchas veces lo proyectamos en otro, que se convierte en chivo expiatorio.
Necesitamos mirar esa zona que no nos gusta pero desde la comodidad de que la piedra no nos la tirarán a nosotros, de que no iremos a parar a una jaula de prodigios. La mirada al monstruo en este libro es un eje central, en tanto vamos construyendo los que necesitamos en cada época, seguramente para sentirnos a salvo de esas sombras.
Quiero decir con esto que en el libro hay dos tipos de criaturas monstruosas, las creadas por otros, como el personaje de ‘El monstruo’, a modo de divertimento, de juego, y otras, temibles de verdad, que son los monstruos ocultos, como el carcelero nazi de ‘El ogro’ o la madre de ‘Neverland’, que existieron de verdad, porque ambos relatos están basados en hechos reales. Aceptar al monstruo es para mí necesario y es lo que he tratado de hacer en ‘Ni aquí ni en ningún otro lugar’.
Escribe sobre las sombras, lo oscuro, ¿está sobrevalorada la luz y todo lo que se asocia a ella?
Creo que nos refugiamos a menudo en la luz, aunque sea artificial. Me preocupa la cantidad de faros falsos que disfrazan una realidad desde múltiples foros. Me horroriza esa tendencia actual a la positividad que ensalza las frases motivadoras como si fueran mantras que nos ayudan por arte de birlibirloque a eliminar todo lo negativo de nuestras vidas, esa sonrisa eterna y petrificada de los influencer que dan consejos a otros para ser permanentemente felices.
Creo que la vida no es una fiesta de la alegría, porque nosotros, sus invitados, estamos hechos de una extraña aleación de materiales maravillosos y sórdidos. Hay una imposibilidad casi fisiológica y prefiero aceptarla. Personalmente no creo que un final triste sea inexorablemente negativo, no huyo de ellos.
Los personajes complejos me interesan más que los héroes planos, no rehúyo la muerte como tema principal ni saco de la foto a personajes incómodos, que no quedarían bien en ese marco de un blanco cegador que parecen necesitar otras personas.
Para mí la literatura es en realidad forma, el vestido en que envolvemos unos cuantos temas que nos preocupan desde siempre y seguramente para siempre
¿Por qué nos fascina tanto el mal?
Porque el mal siempre supone la transgresión de un límite, de unos valores morales. Hay una línea roja que sabemos que no tenemos que cruzar porque a partir de allí no se puede regresar, pero nos fascina que otros lo hagan, que vayan para no volver. La vida en sociedad exige que cumplamos unas normas, que no traspasemos algunas puertas, y lo cumplimos, por decisión propia o por miedo a lo que sucedería en caso de desobedecer esa norma tácita.
Pero fantaseamos con el horror, la crueldad, la violencia. La literatura es un medio indoloro y sin repercusiones legales, de momento, para hacerlo. Como lectores y autores podemos asomarnos al balcón del infierno y contemplar el espectáculo sin chamuscarnos demasiado.
En sus cuentos demuestra que es posible aunar el horror con la belleza. ¿Cómo lo logra? ¿Cómo podemos encontrar belleza en aquello que nos asusta?
Creo que el lenguaje no conoce la moral. Es un vehículo perfecto para contarlo todo sin que el tema importe demasiado, sin que se resienta esa carcasa mágica de palabras. Para mí la literatura es en realidad forma, el vestido en que envolvemos unos cuantos temas que nos preocupan desde siempre y seguramente para siempre. Acercarme al horror desde la belleza es otro de los síntomas de esa aceptación del ser humano de la que hablaba algo más arriba. Hay mucha hermosura en la tiniebla.
¿Qué le gusta del cuento como formato?
El reto y el enigma. Es un desafío contar como si alguien te estuviera persiguiendo de cerca, saber que el espacio y el tiempo juegan en tu contra. A veces pienso que escribir relato es como desenterrar una revelación y dejar que otros la descubran contigo. Un cuento es palabra entre dos silencios, el previo, el de antes de empezar a narrar, y el que se extiende cuando pones el punto y final.
Hay un mundo completo entre esos dos paréntesis, una atmósfera y una tensión, unos personajes que no permiten que te detengas en ellos más que lo necesario estrictamente para que la trama no se diluya, no se destense. Por eso es enigma, porque el lector sabe cosas que no dices, debe intuirlas con lo que aciertas a narrar.
Y si el cuento es bueno, no se marcha al finalizar la lectura, se queda contigo y te lleva a preguntarte qué habrá sido de ese protagonista después de que hayas apartado los ojos de él.
¿Qué es lo que más disfruta de su faceta como columnista en Heraldo de Aragón? ¿Es la columna una suerte de microrrelato?
Disfruto mucho acercándome a la actualidad desde un formato tan concentrado. Entiendo la columna como una narración, sí, una suerte de historia exprés que no permite que te excedas, que busca el equilibrio eficaz, lo cual no puede suponer, por otro lado, que la prosa resulte aséptica, meramente informativa.
Me gustaría pensar que mis columnas huelen a literatura, sin renunciar a la reseña literaria, al perfil de mis mitos favoritos, a la crítica social. Contar desde la belleza historias que nos afectan.