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Daniel Arana García (poeta): «Creo que existe un sentido fundamental en el que poesía y filosofía se entrecruzan, sin terminar de mezclarse»

Daniel Arana García
Poeta

El Premio Internacional de Poesía Antonio Gala es uno de los galardones de poesía más prestigiosos. Este año, en su XVII edición, el ganador ha sido el poeta zaragozano Daniel Arana con el poemario ‘Cantos del desarraigo’, que verá la luz el año que viene. Sobre este trabajo, el jurado destacó que es “muy interesante, muy cuidado, con un dominio del lenguaje, dominio de la poética, de la herencia cultural e intentando identificar que, si hay un don, el don es el de la poesía»

Enhorabuena por el galardón. ¿Qué ha significado para usted?

Muchísimas gracias. La verdad es que la obtención del galardón me cogió por sorpresa, así que la alegría fue, como es natural, todavía mayor. Que entre el grueso de libros presentados, el jurado fuese a reparar en el mío supone uno de los mayores privilegios como escritor vividos hasta ahora. Diría que el premio, primero que nada, supone relanzar mi poesía y una ocasión idónea para publicar estos ‘Cantos del desarraigo’.

Aunque ha recibido recientemente el premio, el libro no se publica hasta el año que viene. A pesar del título, ‘Cantos del desarraigo’, usted suele decir que no es un poemario desesperanzador.

Forma parte, supongo, de la política de publicación de muchos premios. En cuanto a la desesperanza… es cierto que un título, a veces, lo sume todo en la ambigüedad. No diría que se trate de un poemario de desesperanza sino de todo lo contrario. Ese desarraigo es el inicio del viaje que nos lleva a lo que Heidegger llamaba el Heimat, la patria o morada. Dice el pensador alemán que ser humano significa habitar. De esa forma, un canto de desarraigo no es más que el inicio de un viaje hacia el habitar seguro, hacia el estar en paz.

En él encontraremos belleza y está marcado por la existencia. ¿Cree que la poesía es un viaje?

Esto debo aclararlo, puesto que, en origen, la palabra viaje implicaría tanto un punto de partida como un punto de llegada. Si todo lo vemos en términos de espacio, nada podría parecer más irracional a primera vista que relacionar la existencia de un orden terrenal en paz, como decía antes, con la conciencia de que somos viajeros. Es el viaje interior el que me interesa, casi hasta el Viático mismo, sin términos espaciales. 

El concepto de homo viator, pero no en el sentido que Dante u Homero le otorgan, sino, más bien, en el sentido de una conciencia, de un viaje interior. De todos modos, el poema está siempre en camino, escribía Celan, con lo cual, existe aquí, en el hálito de la palabra poética, en efecto, un viaje hacia la maduración del alma. Emily Dickinson, por ejemplo, apenas salió de su casa y, sin embargo, viajaba más que muchos. Viajar es, como en aquella célebre Oda de Horacio, ceñir el día sin fiarnos del mañana. He ahí la Poesía.

El mundo se aleja de la literatura y el pensamiento, y los sustituye por unos turbios saberes de consumo rápido y aún más rápido olvido

¿Es la poesía una forma de alcanzar la belleza?

Una pregunta difícil, de no menos difícil respuesta. Diría que sí, pero que, en todo caso, tendría que colocar dicha respuesta en una situación intermedia entre lo platónico y lo schilleriano: creo que la belleza es una condición necesaria de la humanidad, que la completa, al hacer compatibles lo natural y lo espiritual, y nos libera, pero que ha de ser, además, una suerte de vía para ascender a lo espiritual. En este sentido, la poesía es el vehículo, o uno de ellos, pienso, para tal fin redentor.

¿Diría que su poesía llega a ser en ocasiones conceptual o incluso filosófica?

Creo que existe un sentido fundamental, zambraniano, en el que poesía y filosofía se entrecruzan, sin terminar de mezclarse. La filosofía plantea preguntas, abre interrogantes fundamentales, y la poesía, como la religión, es una respuesta. Cuando yo escribo un poema, trato de dar respuesta a los problemas que se me han planteado. Pero, aunque viva a caballo entre dos pasiones, la filosofía y la poesía, procuro no confundir los caminos. Un poema es algo, pienso, que ha de estar provisto de metáfora, de sensualidad, ornamentación o juego sonoro. La filosofía tiene, por fortuna para ella, otras veredas que le permiten transitar liberada del poema. Y viceversa.

Como lector, ¿qué busca en un poemario?

Hay una imagen bellísima, en un poema de Celan, en la que un huésped, que llega antes del anochecer, pide alojamiento. Eso es lo que busco como lector, al abrir un libro. Hallar en él la recepción de algo desconocido, una mesa dispuesta donde se templa el vino, dice un poema mío. Quizá por eso soy tan exigente como lector. Porque busco, en el poema, una posibilidad. Porque espero algo, que está por aparecer, y eso no puede decirse de cualquier manera.

 

¿Y como poeta, qué busca plasmar?

Es curioso pensar que, si por una parte, sé muy bien lo que busco en un poema escrito por otros, jamás, al sentarme a escribir, he pensado muy bien qué quiero decir. Digamos que, para cuando escribo, el poema ya ha devenido tal cosa. Yo sólo soy un mero vehículo para la traslación al papel. Así que, más que escribir poesía, diría que yo escribo en poeta, que escucho para escribir, que presto atención a lo que ocurre, a lo que despierta. Poetizar es ir al encuentro de lo que ocurre, antes de que anochezca, por poco al filo de la luz.

¿Cómo se definiría como poeta?

Soy alguien que trata de dar testimonio de otra cosa a través de una experiencia que se percibe por los sentidos. Lo que hacen el viento o la lluvia, por ejemplo, puede constituir, sin dificultad, un enigma que no está destinado a ser resuelto, sino a ser insinuado. Como poeta, no trato de dar respuesta a ese enigma –¡qué acto de arrogancia sería éste!-, sino, sencillamente, dar testimonio, proveer al lector de un medio para que intente el desvelamiento poético de un enigma cuya respuesta ni yo mismo conozco.

¿Qué le inspira?

Es tan variopinto… la caída de la tarde, una playa, el reflejo del sol sobre los tejados, un paisaje de Novallas, mi tierra… pero, sobre todo, el silencio. El silencio, no como ausencia de discurso, sino como descubrimiento de un espacio donde las cosas, por así decirlo, pueden palpitar. El silencio donde las cosas del mundo se estremecen. Ahí nace todo.

La docencia no es sino el intento amoroso de enseñar lo que uno sabe y aprender del otro

¿Qué diría que le marca más: las vivencias, los miedos, los anhelos, la sociedad y la época en la que te ha tocado vivir…?

Diría que, especialmente, el anhelo, que encierra a las otras dos. La sed y el hambre de lo que no se puede decir todavía. Escribo en poeta, desde lo que falta. Es como una campana de vísperas que rompe el silencio del atardecer. Silencio que, sin embargo, uno espera volver a escuchar, aunque roto. Por eso nunca he comprendido muy bien el significado del término poesía de la experiencia para delimitar una escuela poética concreta. Si el poema no es experiencia, no es vivencia, ¿qué es entonces? ¿Anhelo? Por supuesto. La poesía es un anhelo siempre codicioso y, por eso, la escritura permanece, inagotable. Sospecho que Lacan acertaba al decir que el hombre goza de desear y que por eso el deseo –como el poema, añado yo- se mantiene siempre insatisfecho.

 

¿Quiénes son sus referentes?

Mi respuesta a esto siempre quedará incompleta, aunque no es costoso esclarecer algunos de los que están desde hace mucho tiempo. Hölderlin, porque es el caminante que todo lo habitó poéticamente; Celan, que nos enseñó la posibilidad de una espera, en medio de la Shoah; Dickinson, porque trataba de llegar a lo abstracto a través de las imágenes más concretas; Mujica, porque sus poéticas del vacío son un ámbito de espera del sentido; Wordsworth, por la preponderancia que otorga a la naturaleza para el desarrollo espiritual del hombre; Eliot, por considerar tan necesaria la experiencia del tiempo; Juan Ramón, porque redujo como nadie las imágenes a su esencia más pura, en busca de la unidad y la belleza del mundo; Pessoa, porque encontró en el vacío un escenario donde los yoes podían toparse e interactuar; Jabès, porque su teología negativa me enseñó el desierto y los silencios del silencio; Luzi, porque se pregunta, como nadie, por la naturaleza de la fe y la realidad; Simón, por su conciencia el paso del tiempo y lo efímero… en fin, así podría seguir durante líneas. De alguna forma, estoy en deuda eterna con todos ellos.

 

¿Son buenos tiempos para la poesía?

Esta es la pregunta más polémica que podría responder. En general, son malos tiempos, pienso, para el acto lector y la literatura. Heidegger advertía, a finales de los sesenta, contra la civilización tecnificada que, según él, cobraba vigencia cada día. El mundo se aleja de la literatura y el pensamiento, y los sustituye por unos turbios saberes de consumo rápido y aún más rápido olvido. El sistema económico ha salpicado también al mercado literario y lo ha convertido en un cajón de sastre en el que todo es factible de ser vendido. Así que, como hacía Barrés, me refugio en mi jardín secreto de lecturas para huir de la barbarie. Pero, por evitar una respuesta tan pesimista, conviene reivindicar que se siguen escribiendo obras que merecen la pena ser leídas. Siguen vivos Quignard y Glück, los clásicos del pensamiento y la literatura no dejan de reeditarse y, de cuando en cuando, también en España, continúan las voces que hacen que mantengamos la esperanza, como las de Colinas, Janés, Montiel –sin duda el Bobin español- o Ani Galván.

 

¿Cómo compagina su labor como escritor con la de docente?

Digamos que aprendo algo todos los días y la docencia no es sino el intento amoroso de enseñar lo que uno sabe y aprender del Otro. Pero, en cuanto a compaginar, lo cierto es que, como el tiempo está limitado por los trabajos, leo mucho y escribo poco (afortunadamente). Mi memoria hará, espero, el resto.

 

¿Tiene algún nuevo proyecto entre manos?

En estos momentos tengo dos proyectos que espero fragüen: dos traducciones del francés, a caballo entre la poesía y la filosofía. Y, por supuesto, terminar la segunda parte del ensayo filosófico que apareció el año pasado (Es necesario hablar). Puedo adelantar aquí, en primicia, el título: El otro decir, la otra orilla.

 

¿Hay algo que quiera añadir?

Quisiera añadir un agradecimiento y un elogio. El agradecimiento por dedicarme este tiempo, teniendo en cuenta el volumen de trabajo, y mi felicitación por la labor realizada. Verdaderamente, ha sido un placer.

Redacción AEA: LLM

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