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Eugenia Tenenbaum: «Siempre se nos habla de la genialidad en términos masculinos y también neutros y absolutos»

De libros, canciones y películas

Laura Latorre Molins

Periodista y escritora

Eugenia Tenenbaum es una de las historiadoras del arte y activistas feministas más conocidas de nuestro país. En su perfil de Instagram acumula ya más de 113.000 seguidores, imparte conferencias, cursos y ponencias por todo el país y charlamos con ella a raíz de la publicación de ‘Las mujeres detrás de Picasso’ (Lunwerg Editores). Imposible no admirarla una vez conoces su trabajo.

En 2023 se está celebrando el Año Picasso. ¿Crees que se está aprovechando la oportunidad para hacer las cosas mejor y explicar que, además de pintor, también fue maltratador?

Me encantaría decir que sí, pero creo que la evidencia refuerza que no. Era algo que las profesionales feministas ya nos temíamos que iba a pasar porque precisamente en un contexto de celebración como es el 50 aniversario de su muerte, tanto los museos, como las instituciones, como España como producto exportador de Picasso, en realidad lo que necesita era fomentar esa noción de “Picasso genio” y no de “Picasso maltratador” o incluso racista.

¿Por qué es tan importante estudiar el pasado desde el presente y qué descubrimos al hacerlo?

Tengo la sensación de que se piensa que solo desde la perspectiva de género, de clase y decolonial se mira al pasado con ojos del presente, pero en la introducción del libro mantengo que es algo que se hace en la historia del arte casi como una inercia historiográfica y como un obstáculo de nuestra propia disciplina: nunca podemos mirar al pasado desde otro lugar y precisamente por eso es necesario hacerlo desmarcándose de los errores del pasado. Para desmarcarse de los errores del pasado y construir un futuro mejor y más justo tenemos que aprender a nombrar las cosas: nada nos separa del siglo XX si no somos capaces de llamar maltratador o agresor a quien lo fue.

Lo más importante que tiene esto que enseñarnos es el componente educativo y el componente sensibilizador que puede tener la obra de artista que, precisamente por su componente delictivo o violento, tienen mucho más que enseñarnos como sociedad, desde una lectura feminista que no desde una lectura sumamente misógina o formalista.

Para desmarcarse de los errores del pasado y construir un futuro mejor y más justo tenemos que aprender a nombrar las cosas

Siempre defiendes que no hay que separar la obra del artista, pero siempre hay reticencias. Como sociedad, ¿sigue costando bajar a los genios de sus pedestales?

Sí, creo que porque en este sentido no solo se mezcla el mito del genio sino también mezclan los afectos. Al final chocamos contra la pared de la preferencia personal y casi sentimos que aquellos delitos o faltas que cometen los artistas que nos gustan o que nos han enseñado a apreciar son, o bien como unas faltas propias, o casi como si fuesen personas de nuestra familia. Entonces los protegemos como se protegen a los agresores en los núcleos familiares y de amistad porque al final estas dinámicas se reproducen tanto a gran escala como a pequeña escala.

También creo que sucede porque no se concibe que se pueda educar, entonces parece que, para personas conservadoras o progresistas, pero con pensamiento bastante conservador solo hay dos opciones: u omitimos que estos artistas eran unos maltratadores o tenemos que sacarlos de los museos. No conciben un punto intermedio que es mantenerlos en los museos reconociendo y educando sobre violencia de género y pensamiento feminista. Por eso nos acusan a las profesionales feministas de querer sacarlos de los museos cuando no queremos hacerlo, queremos educar en violencia de género desde los museos.

No se trata, por tanto, de cancelar, sino de contextualizar.

Es más necesario empezar a entender, no tanto la cultura de la cancelación, sino la cultura de la restauración y la reparación que es lo que estamos exigiendo. Porque a la hora de la verdad ¿cuándo se habla de cancelación? Con casos como Johnny Depp, Roman Polanski, Woody Allen, Picasso,… solo se esgrime en artículos de opinión, periodísticos porque a la hora de la verdad sigue habiendo exposiciones sobre estos hombres, siguen trabajando, embolsándose millonadas. Entonces, ¿de qué cultura de la cancelación estamos hablando? El problema es que hablamos mucho de la cultura de la cancelación, pero nos paramos muy poco a preguntarnos hasta qué punto es efectiva, que no lo es.

Lo que sí se está exigiendo, y es lo que se confunde con cultura de la cancelación, es esta cultura de la reparación y responsabilización. Aquí de nuevo está el componente educativo y sensibilizador. Es decir: no borrar a estos hombres y a su trabajo de la faz de la tierra, pero sí contextualizar de manera rigurosa y justa lo que su trabajo supone, teniendo en cuenta lo que ellos son como personas. También sobre todo porque siempre se produce un trasvase entre lo que estos hombres son y lo que estos hombres hacen. Porque s; la obra de Paul Gauguin, es un reflejo de la explotación sexual a la que sometió a las mujeres con las que se relacionó en Haití; las películas de Woody Allen reflejan la cultura de la pedofilia y su preferencia por mujeres que son menores de edad o muy jóvenes. Esto se demuestra en la obra de estos hombres, por lo tanto, no pertenece a su vida privada, permea constantemente sobre su obra, no analizar estas cuestiones es permanecer ciego a su existencia y por tanto seguir negando la violencia sistemática hacia las mujeres.

La obra de Picasso es un registro biográfico, gráfico y visual del maltrato que ejerció sobre las personas de su entorno, en este caso, las mujeres

Otro argumento que se esgrime es que no se puede exigir a un referente artístico que sea perfecto. ¿Qué opinas de esto?

Aquí cada persona decide cuál es su brújula moral. En este sentido, a mí no me interesa admirar, potenciar o financiar el trabajo de una persona que no querría tener cerca de mí misma ni de las personas a las que quiero, por una cuestión de justicia y de estómago.

En las decisiones morales de la gente no me meto. Sí me meto en que las disfracen de profesionalidad o de buen hacer porque lo que no se puede hacer es convertir una preferencia personal en una máxima profesional, por así decirlo. Es muy sencillo: el problema es que las personas no son capaces de decir “adoro a este cineasta, aunque sea un pedófilo”, entonces para decir que lo adoran, necesitan negar que es un pedófilo, este es el problema, que niegan la evidencia porque reconocerla les situaría en una posición moral y ética mucho más complicada a nivel de autoimagen; por eso lo niegan. Se trata de ser consciente. No podemos decidir nuestros gustos, pero sí que hacemos con ellos.

En la introducción del libro sugieres que igual no estamos preparados para algunas conversaciones incómodas. ¿Qué otras conversaciones incómodas tenemos pendientes como sociedad?

La cultura de la pedofilia; cómo este mal entendimiento del presentismo histórico nos impide nombrar con exactitud y rigor aquellas dinámicas presentes, ya no solo en el pasado sino también en el presente (quizá por eso es importante nombrarlas, porque no son dinámicas pasadas, sino que siguen influyendo en el aquí y ahora).

Entonces cualquier cosa que tenga que ver con los movimientos sociales, es decir, cualquier cosa que atente con el discurso dominante y el canon (artístico, cine, de la literatura etc.) se generan todo tipo de resistencias porque la gente prefiere mantener una mentira, a mi parecer, que enfrentarse con la incomodidad de asumir ciertas verdades. Entonces es un camino un poco complicado.

Es más necesario empezar a entender, no tanto la cultura de la cancelación, sino la cultura de la restauración y la reparación, que es lo que estamos exigiendo

Oímos muchas veces argumentos como “eran otros tiempos” o “había otra mentalidad en esa época” para justificar actitudes misóginas y violentas de artistas como por ejemplo Picasso.

No podemos hacerlo y sobre todo cuando estamos en un contexto, tanto internacional como sobre todo nacional, en el cual estamos batiendo récords de mujeres asesinadas por violencia de género, de denuncias por agresiones sexuales y violaciones. Por lo tanto, esto no es una cosa del pasado. Eran hombres de su tiempo que siguen viviendo y naciendo a día de hoy. El problema no es que Picasso fuera un maltratador en el siglo XX o que Gauguin fuera un pedófilo en el siglo XX: el problema es que el abuso sexual infantil sigue siendo un problema en el siglo XXI y que sigue habiendo muchos maltratadores en el siglo XXI. Precisamente por eso, si no lo nombramos en el pasado, no podemos trabajarlo en el presente.

Se dice “Son hombres de otro tiempo”, como si ahora de repente la violencia de género, el racismo, el abuso sexual no existiera en este siglo, como si todo se hubiera terminado en 1999.

Has comentado en varias ocasiones que es muy sencillo ser un genio cuando solo tienes que preocuparte de crear porque el resto de tus necesidades están cubiertas, porque hay alguien que se encarga de los cuidados etc. ¿Quizá por eso nos cuesta pensar en mujeres como genias?

Creo que sí. Siempre se nos habla de la genialidad en términos masculinos y también neutros y absolutos. Es decir, en ningún momento se nos explican las condiciones necesarias para que una persona que tiene talento pueda sublimarlo hasta convertirse en un genio. Esto tiene mucho que ver con la deslegitimación y minusvaloración y menosprecio que se sigue dando al trabajo de cuidado y doméstico no remunerado.

Como nunca se explora el trabajo de cuidados y su relación con la creación artística, no se entiende que para que tú puedas ser uno de los artistas más prolíficos del siglo XX tiene que haber una, dos o más personas haciéndose cargo de todas las responsabilidades económicas, burocráticas y fisiológica que tenemos las personas.

Eso se ve muy claro comparando la rutina artística de Françoise Gilot y de Pablo Picasso mientras estaba con ella. Ella se encargaban de sus hijas, Claire y Paloma, de recepcionar y responder el correo de él, comprar los materiales, viajar en bicicleta (porque él no le prestaba el coche familiar ni le permitía contratar a un conductor) al estudio donde trabajaba Picasso para retirar las cenizas y volver a encender las brasas, volvía a casa, tendía la ropa, lavaba los platos, limpiaba la casa (porque tampoco le dejaban contratar servicio doméstico) y luego ya en última instancia a primera o última de la tarde era cuando Gilot, que también era artista, podía ponerse a trabajar. Mientras, Picasso llevaba todo el día, desde que se levantaba a las 12 o a la 1 hasta que se acostaba a las 3 o las 4 dedicándose únicamente a su producción artística.

Esto se identifica de manera muy clara en las biografías de las artistas. En las de ellos no porque se obvia totalmente el trabajo de cuidados que llevan a cabo sus esposas o amantes o sus novias o familiares o mujeres de clase obrera a las que tenían contratadas. En las biografías de ellos no se explora; en las de ellas es algo que no se puede evitar porque tuvieron que renunciar total o parcialmente a su producción artística para cuidar a sus maridos o para sacar adelante a la prole.

Es relativamente fácil convertirte en un genio cuando lo tienes todo a favor. Por eso es tan difícil convertirte en una genia cuando lo tienes casi todo en contra.


Es relativamente fácil convertirte en un genio cuando lo tienes todo a favor. Por eso es tan difícil convertirte en una genia cuando lo tienes casi todo en contra

Es fácil escuchar a mujeres mencionando a hombres entre sus referentes, pero más complicado al revés. ¿Todavía sigue sucediendo?

Creo que sigue siendo una cuestión en la que ni tan siquiera pensamos porque, a pesar de que desde muchos sectores se sigue manteniendo que el masculino es neutro, en realidad lo que demuestra el imaginario colectivo y este tipo de decisiones es que el masculino sigue siendo universal y lo femenino se considera lo concreto y especifico. Entonces nosotras somos socializadas continuamente en la empatía hacia los hombres y lo masculino y los hombres son socializados constantemente en el menosprecio hacia las mujeres y lo femenino. Entonces, para ellos, tal y como se construyen sus estructuras mentales, en muchos casos es inconcebible que su referente o modelo aspiracional sea alguien que no tiene nada que ver con ellos. En cambio, en nosotras se produce justo el proceso contrario y por eso a mí también me gusta incidir en esta condición de orfandad heredada en la que nacemos y crecemos las mujeres, en el sentido de estar huérfanas de referentes la mayor parte de nuestra vida y cómo esa orfandad simbólica tenemos que combatirla generalmente a base de investigación y esfuerzo propio. No es algo que nos venga desde el sistema educativo, ni desde las instituciones o medios de comunicación o audiovisuales, siempre tiene que producirse este cambio de darnos cuenta de que nuestras estanterías, listas de reproducción y películas están plagadas de señores.

Como historiadora divulgadora, activista, feminista… ¿Te puede a veces la frustración, el enfado por ver que según qué realidades siguen sucediendo, que retornan discursos retrógrados…?

Creo que sí que hay un componente ya no tanto de frustración, que también, sino de desesperanza, que es bastante como un carácter anestésico en el sentido de que la frustración y decepción a veces te paralizan, pero trato de emplear la rabia y la frustración como motor activo de cambio. Tengo mis días, como todas, pero sí que intento hacer un uso relativamente responsable de la rabia y frustración y también constructivo porque la realidad histórica nos demuestran efectivamente que los cambios se producen con muchísima lentitud, que probablemente todas las que a día de hoy luchamos por algo nos moriremos sin verlo conseguido, pero lo importante ya no es tanto que veamos nuestros objetivos conseguidos sino que las mujeres o las personas que nazcan en el futuro que se vean atravesadas por cualquier sistema de opresión lo tengan más fácil que lo hemos tenido nosotras. Para mí eso es lo importante: allanarles el camino poco a poco. Es la única manera de no perder la cabeza.

Las profesionales feministas queremos educar en violencia de género desde los museos. 

¿Cómo ayudan las redes sociales a democratizar el acceso a tu trabajo o a disciplinas como la Historia del Arte?

Creo que son esenciales. A día de hoy, la mayor parte de la gente joven utiliza las redes sociales, son una especie de foro abierto al conocimiento. Eso es un arma de doble filo porque tienes acceso a la información, pero no tienes herramientas para contrastar hasta qué punto esta información es rigurosa. También es una manera de bajar a tierra la disciplina y el lenguaje y vocabulario con el que se suele comunicar. Por eso mucha gente está descubriendo que le interesa la historia del arte porque el lenguaje que se utiliza no es un lenguaje rimbombante, se utilizan ejemplos de la vida cotidiana y se demuestra que el arte es útil para entender el día a día y el presente, y acercarse al pasado y también nos ayuda a ejemplificar las cosas que nos atraviesan.

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