Pablo Sierra Mots (escritor): “Me inspiran las dudas, escribir es una pulsión para calmar mi cabeza”
Laura Latorre Molins
Periodista y escritora
Entrevista al escritor Pablo Sierra Mots
Pablo Sierra es un escritor comprometido con la sociedad y con el tiempo que le ha tocado vivir y siempre encuentra la manera de plasmar en sus obras preocupaciones generacionales e incluye elementos de crítica social. Sierra entiende la escritura como una vía para calmar su mente y está involucrado en la vida cultural de Zaragoza. Tras cuatro novelas, este año publica por primera vez con Rasmia Ediciones.
Has publicado cuatro novelas, colaboras en Zaragoza Ciudad y formas parte activa de la vida cultural aragonesa. ¿Qué es lo que más disfrutas de todo ello?
El sentimiento de pertenencia activa, creo. El sentir que participo y ayudo a participar a quien ama la cultura dentro de nuestro entorno. Zaragoza, para mí, no es solo el lugar en el que vivo, sino un ente vivo del que quiero formar parte, ayudarlo a ser un poquito mejor.
Creo que una ciudad como la nuestra tiene el deber de seguir creciendo “para dentro”, dar a los vecinos más opciones culturales, acercar el arte, la literatura o cualquier ámbito cultural a sus ciudadanos y ciudadanas, que son muchos y ávidos de nuevas experiencias culturales. Lo que está claro es que las actividades y la implicación de todos en nuestra ciudad tiene que estar al nivel de su potencial.
Cada uno tenemos esa responsabilidad por expandir los campos en los que trabajamos y hacerlos más accesibles y asequibles para el gran público.
Tenemos la suerte de que la ciudad de Zaragoza todavía es para los zaragozanos. Después de 7 años viviendo en Barcelona pude sentir lo que genera la gentrificación, lo que supone diseñar y crear una ciudad solo para los que vienen a visitarla, lo que suponen los grandes —pero temporales— eventos, lo que conllevan los alquileres turísticos, el apartar a los vecinos de un barrio alejándolos de la realidad para que otros de fuera puedan vivir su sueño.
Tenemos la responsabilidad de seguir diseñando —y para eso tenemos que ser partícipes— una ciudad para vivir y no para pasar por ella, creando cosas estables, firmes, duraderas y que aporten a la comunidad y no solo a los que pasan de refilón por ella, por muchos euros que se dejen en bares, restaurantes y hoteles.
Ya perdimos la oportunidad de la Expo, que nos dejó decenas de edificios vacíos y muchas deudas. Tenemos que crear para perdurar. Como la literatura, construirla sobre cimientos duraderos y con sentido, que aporten un beneficio para generaciones presentes y futuras.
De Aragón han salido grandes artistas —desde pintores a cineastas, escultores, músicos y escritores— y siempre han tenido que marcharse para triunfar. Y ya vale. Como dice la canción de Lisztomania <<from the mess to the masses>>. Tenemos que ser capaces de crecer desde aquí, sin la necesidad de huir a la menor oportunidad. Y eso se consigue creando entornos seguros y creativos y participando de ellos. Definirnos a nosotros mismos como creadores y como creativos, llegar a las masas desde el maravilloso lío que es esta tierra, crear eventos literarios, editoriales aragonesas como las que están creciendo ahora mismo.
Tenemos que poder crecer desde aquí y ser referentes desde un entorno local, independientemente de cual sea.
Estamos en un mundo —y quizás, en una tierra— en la que se penaliza la creatividad, cuando tiene que ver con algo cultural o artístico. En la que se malentiende lo que significa crear cultura, en la que se espera que solo puedas ser músico si vas a llegar al top ventas o que escribas solo para ganar el premio Planeta.
¿Hay algún otro proyecto, reto o ámbito creativo que quieras explorar?
Me gustan los eventos en los que participan “los tapados”, que llamo yo. Esa gente que compone música, poesía, que escribe, que pinta, que canta en secreto. Recuerdo el otro día, en una conferencia en un colegio, en el que pregunté al inicio de la charla si alguien escribía. Nadie levantó la mano. Al final de la conversación, lo volví a preguntar. Primero fue una chica. Después otra. Al rato, había ocho jóvenes diferentes haciendo preguntas concretas sobre cómo continuar con las historias que estaban intentando construir, cómo diseñar personajes o entornos.
Estamos en un mundo —y quizás, en una tierra— en la que se penaliza la creatividad, cuando tiene que ver con algo cultural o artístico. En la que se malentiende lo que significa crear cultura, en la que se espera que solo puedas ser músico si vas a llegar al top ventas o que escribas solo para ganar el premio Planeta.
Y no, señores y señoras, el crear cultura es una pulsión que todos, en mayor o menor medida, tenemos. Por eso tenemos que crear espacios protegidos donde estas personas —nosotros mismos— tengamos la libertad de exponer sin el juicio de los profanos, solo con la admiración de los propios. Sin retorno comercial o económico inicial. Solo por el hecho de compartir, de abrirse, de “desnudarse”. Para eso es la cultura. Para compartir las creaciones propias.
Una vez aceptemos eso, nos liberemos y seamos capaces de mostrar orgullosos y orgullosas nuestras creaciones, podremos crecer para fuera, pero primero tenemos que estar dispuestos a crecer para dentro. La pulsión artística siempre tiene que ser respetada. Eso no significa que todo tenga el mismo valor, sino que todo el mundo pueda tener el valor de presentarla, de compartirla.
En esta tierra se juzga rápido y se menosprecia tanto que, a veces, cuesta mucho menos ser valorado en otros lugares en los que dé menos vergüenza exponerse de tal forma. Siento, a veces, que fuera del sector se siga menospreciando a quien tiene un proyecto pictórico, escultórico, que se piense que escribir es lo que se hace en tiempo libre, que se penalice la composición musical. Como si solo cuando se saliera por televisión se pudiera considerar un éxito. Tenemos que ampliar el mapa de calor de las próximas generaciones para que se abran a un arte, a un entorno, más alternativo. Zaragoza puede ser esa ciudad.
Por ejemplo, disfruté mucho del último poetry slam al que acudí. En él, en un entorno como el de El sótano mágico, aparecieron dos jóvenes de quince años y muertas de vergüenza. Hombros hacia adelante, voz temblorosa. Pinta de que estaban allí tras haber mentido a sus padres diciendo que iban a estudiar a la biblioteca. O a hacer botellón porque, a veces, parece mejor que tu hija se emborrache en un parque a que vaya a leer poesía a un bar. Porque lo del alcohol lo hemos hecho todos, pero eso de que se rían de ti encima de un escenario no lo quiere uno para sus vástagos.
En fin, que ahí se subieron las dos chicas —niñas para mí, que rozo la cuarentena— a declamar sus propias composiciones poéticas. Todo el mundo las escuchamos con la admiración del que escribe y sabe lo que es escribir y mucho más, echarle ovarios y subirte a un tablado a gritar —e interpretar— lo que has escrito.
Nadie se rio. Nadie las juzgó. Solo aplaudimos. Porque lo que estábamos viendo era a dos “niñas” confesándonos muchas más cosas de las que decían sus poemas.
Eso es lo que quiero, lo que necesitamos. Que toda persona que cree y que crea pueda decir a los cuatro vientos lo que crea y en lo que cree.
Eso empieza en casa y en las instituciones escolares. Dejar de priorizar únicamente las salidas laborales y económicas y potenciar las virtudes artísticas o relativas a las culturas. Luchar por dejar de ver las carreras de Humanidades como basureros de desempleados. Primero, porque no es así. Y segundo, porque estoy plenamente convencido de que las Humanidades nos salvarán del apocalipsis que siempre parece que va a llegar.
La ciencia y la tecnología son vitales para nuestro presente y nuestro futuro. Pero las Humanidades siempre serán los diques de estas primeras: su contención y su desarrollo más ético y humano, con todo lo que ello conlleva. Las IAs y todo lo que las envuelve no harán sino rediseñar lo ya diseñado por los humanos, ¿pero quién diseñará de nuevo? ¿Qué máquina cambiaría el romanticismo por el cubismo y después por el expresionismo? Tenemos que salvaguardar la locura humana, que ninguna máquina racional podrá desarrollar.
Nos quieren cuerdos, pero tenemos que ser un poco locos.
La ciencia y la tecnología son vitales para nuestro presente y nuestro futuro. Pero las Humanidades siempre serán los diques de estas primeras: su contención y su desarrollo más ético y humano, con todo lo que ello conlleva
¿Qué papel juegan las redes sociales en tu carrera?
Pues para los profanos del mercado editorial —cuando autopubliqué mi primer libro no sabía ni lo que era una propuesta editorial, ni siquiera me había planteado publicar para el gran público, pese a que escribía desde niño— las redes sociales han sido el lugar seguro al que me refería anteriormente.
He tenido la suerte que mucha gente no tiene. Muchos de los que escribimos hemos utilizado las redes sociales para mostrar nuestro producto —que no solo nuestros libros— y yo tuve el chispazo de suerte de que un post se viralizara y llegara a todas las partes del país, incluyendo prensa tradicional, Twitter —¿X?— y se armara un revuelo complicado de gestionar para mí. 8.000 seguidores en un solo día. El móvil se me quedó sin batería dos veces durante esas primeras 24 horas, solo con las notificaciones de likes, seguimiento y todo eso.
Fue bastante paradójico porque yo llevaba escribiendo mis posts de cada mañana, sin ningún tipo de pretensión, como siempre. Y, de repente, sin comerlo ni beberlo, uno de ellos explotó. De repente, acostumbrado a mis 2.000 seguidores, que me conocían y sabían de mi contexto, di el salto a más de 1.000.000 de visualizaciones de personas que ni sabían quién era yo, ni ganas que tenían. Eso se convirtió en un acoso y derribo, en hilos enteros en Twitter alabando o criticando la publicación, vídeos y reels en redes sociales hablando sobre mi texto.
¿Mi primera reacción? Bajarme de las redes sociales. Eliminar el perfil y desaparecer. Y eso hice durante los siguientes tres días. Al principio, traté de explicarme. Después, de justificarme. El resto del tiempo conseguí apagar el móvil y olvidarme. Hoy tiene 111.300 likes, ha sido guardado 25.017 veces, tiene 4.617 comentarios y no sé ver cuántas veces se ha compartido, pero tuvo que ser una locura para llegar a lo que llegó.
Eso me enseñó que es muy fácil que pase eso y que no eras mejor ni peor que el día anterior. No escribes mejor, no escribes peor. Simplemente, pasa. Tan pronto como pasó, el efecto espuma desapareció y en dos días nadie se acordaba de aquello y, en realidad, creo que me penalizó. Yo, que siempre había estado en un plano oscuro, más alternativo, aquello me hizo, aparentemente para el resto, visible. Y no quería ser visible en redes sociales.
Poco a poco, traduje todo ello en lo que pretendo que sean, para mí, las redes sociales: un lugar donde mostrar nuestra obra —en mi caso, a través de pequeñas reflexiones— en la que anticipar nuestra forma de trabajar, de escribir o de vivir.
A través de las redes sociales he ido ganando una comunidad de personas a las que les gusta leer lo que escribo. Y, por qué no decirlo, también el público que lee mis novelas.
Vivo las redes sociales como el escaparate de mis “colecciones”. Un lugar en el que cualquiera está invitado a pasarse, mirar sin comprar y generarle el gusanillo de saber cómo le quedará una u otra prenda. A través de este formato he conseguido que miles de personas lean mis textos y que muchas de ellas hayan acabado comprando mis libros, algo que nunca esperé que pasaría.
No las uso para vender, sino para exponer mi “producto”.
Para el que no me conozca: no bailo, no canto y mis fotos son lamentables —básicamente, el fruto de rebuscar en la galería imágenes que mi pareja ha capturado en algún momento a través de su móvil—, simplemente escribo reflexiones sobre la vida, además normalmente contrarias a lo que vende: no describo una vida idílica como estamos acostumbrados en Instagram, sino que desgajo las cosas banales y también las dramáticas de lo que vivimos, del sistema…
Para mí, es eso: el muestrario de lo que hago. Hay a gente que le encantará y a otros por los que pasaré por su timeline sin pena ni gloria. Y está bien así.
En las redes sociales simplemente escribo reflexiones sobre la vida, además normalmente contrarias a lo que vende: no describo una vida idílica como estamos acostumbrados en Instagram, sino que desgajo las cosas banales y también las dramáticas de lo que vivimos, del sistema…
Este año das un salto y publicas una nueva novela con Rasmia Editorial. En ella, titulada ‘Synthome’, te centras en el triángulo lacaniano, para quien no esté familiarizado con el término, ¿nos podrías contar un poco más?
Sí, estoy muy contento. Para mí, publicar con una editorial como Rasmia es afianzar mi posición como escritor. Es una editorial que he admirado y leído mucho, en la que prevalece la calidad a lo comercial y con la que me siento muy identificado. Por ello, para mí es un placer. Me contactaron de otras editoriales pidiéndome nuevos manuscritos y siempre tuve claro que mi primera opción era Rasmia. Era el paso que quería dar en este momento.
‘Synthome’ —título por confirmar, por cierto— será un viaje a través de la realidad, los sueños y las paranoias en el que la salud mental, la realidad, la crítica social y al sistema se dan la mano para hacer un “viaje del antihéroe” en el que el triángulo lacaniano es clave.
Jacques Lacan dividió la psique humana en estas tres partes: lo real, lo imaginario y lo simbólico. Y con ese triángulo lacaniano, su análisis y las consecuencias de que uno y otro predominen, el protagonista de ‘Synthome’ recorre su vida real, su vida imaginaria y su vida simbólica de la mano del lector y estos tres planos de la realidad —¿realidad?— componen su yo verídico, que no tiene por qué coincidir con su yo psíquico.
Es una novela muy personal, con una estructura muy peculiar, en la que el protagonista compele durante toda la obra al lector, que es parte activa de la historia.
La idea es que la lectura de ‘Synthome’ sea un viaje también para el lector. Quiero que sea un recorrido en el que quien lo lea sienta el proceso y no tanto la acción, que viva en su psique la propia psique de su protagonista: Marc Esquivel, en el que he trabajado mucho. La novela es él.
Casi todas mis novelas tienen un solo protagonista, que está muy trabajado y que me cuesta mucho sufrimiento. Diría que soy un escritor de método, así que intento ponerme tanto en la piel de quien habla —siempre en primera persona— que, a veces, hago el viaje de la mano con él o con ella.
Me recuerdo llorando mientras escribía a Pura —Lo que prefiere el gato bajo la lluvia—, temblando mientras redactaba la vida de Bruno —Lo que prefiere la nieve durante el verano— y enrabietado al escribir a Lucas Laguardia, en Todos mis veranos los pasé en Galvana. En el caso de Marc en esta última novela, el viaje ha sido extenuante y muy comprometedor porque me ha obligado a desnudar mis miedos y a reflexionar sobre cosas sobre las que no sé si estaba preparado para reflexionar. Además, durante todo ese proceso de escritura que fue rápido, pero intenso, también viví un episodio propio relacionado con mi salud mental, que creo que se ve reflejado en la novela. Hay mucho de mí en este texto.
Por otro lado, el cambio de una editorial como Letra R, donde había publicado mis dos últimas novelas, a Rasmia, para mí supone un reto. Estar en un catálogo que me emociona y formar parte de algo que siempre consideré grande, aunque se trate de una editorial independiente.
La salud mental y la crítica social son dos temas que atravesarán la novela. ¿Te definirías como un escritor preocupado por los malestares y problemas propios de tu generación?
Me parece inevitable lo contrario. Creo que cualquier persona que escriba —y no solo que cuente historias, que me parece muy diferente— como vocación tiene la sensibilidad y la capacidad de reflexión suficiente como para entender que algo no va bien.
Este no es el mundo que esperaban nuestros padres y para el que nos prepararon. Tampoco será el de nuestros hijos como nosotros lo planteamos ahora. Hemos vivido una generación completa (tengo 36 años) con la idea de que teníamos que esforzarnos al máximo para poder tener una casa, una mujer, unos hijos. Un coche, un apartamento en la playa. Quizás, quince días de vacaciones pagadas. De repente, nos hemos encontrado con que nos hemos esforzado lo mismo que ellos, trabajamos las mismas horas, pero se nos hace bola pagar el alquiler de un piso de 60m2 y que tenemos que decidir entre pagar 400 euros de guardería al mes o tener un sueldo de mil. Que se nos educó para evitar los conflictos, pero los que mandan siguen igual o peor que antes.
Hemos sido educados para un mundo, unas relaciones, unos trabajos, que ya no existen. Y encima, para conseguir los que han quedado, se nos invitó a renunciar a cualquier profesión liberal o artística porque no daba los réditos suficientes, que tampoco nos está dando trabajar en una caja de ahorros por la tercera parte del salario que le pagaban al tipo que estaba antes, que no hablaba inglés, ni tenía dos másteres y tres carreras.
Básicamente, como mucha parte de mi generación, estoy cabreado y siento que me he traicionado a mí mismo por conseguir las cosas que, en realidad, tampoco he sido capaz de conseguir. Y todo eso desde un punto de vista privilegiado porque, en realidad, he tenido la suerte, al menos, de vivir las dos caras de la moneda. Otros, han tenido la mala suerte —o lo que sea— de vivir solo una. Yo he vivido las dos. He tenido suerte en ese sentido.
Por eso, cualquiera que se ponga a crear un contexto o quiera hablar de algo relativamente íntimo tiene que compeler al lector y poner negro sobre blanco las verdades que nos rodean, en la medida que pueda, viva o sepa.
Para mí, publicar con una editorial como Rasmia es afianzar mi posición como escritor. Es una editorial que he admirado y leído mucho, en la que prevalece la calidad a lo comercial y con la que me siento muy identificado
¿Para ti, escritura y crítica social deben ir de la mano?
Para mí, sí. Para mí es imprescindible. No sola una crítica en sí misma, sino también una denuncia, una alerta. Somos responsables de lo que narramos y quiero que cuando alguien en un futuro lea —dudo que eso pase— una de mis novelas sepa cuándo fue escrita, de lo que hablaba, que sea capaz de poner en contexto la obra y entender que habla de un mundo real en el que prevalece la veracidad y los problemas de la gente que lo habitaba.
Incluso en las novelas más imaginativas y alejadas de la realidad, se puede utilizar el argumento para denunciar o, al menos, exponer.
En mi caso, por ejemplo, ninguna de mis novelas habla sobre un tema en concreto, pero en todas ellas se destacan las injusticias que todos vivimos. Bruno sufre la gentrificación y todo lo relativo al capitalismo imperialista en el que tratamos de sobrevivir, en comparación con una visión artística y antisistema de su pareja. También reflexiona sobre cómo su educación le imposibilita asumir las relaciones más profundas, los problemas de salud mental. Pura denuncia el clasismo, el machismo. Grita a los cuatro vientos los derechos de todas aquellas que tuvieron que abandonar a sus hijos para cuidar a los de otros por dinero. En Galvana se denuncia el aislamiento rural, la mala estructuración del territorio, las lagunas económicas e infraestructurales a las que se enfrentan los entornos rurales de Aragón.
Siempre se puede exponer la realidad dentro de la ficción. Es más, la ficción tiene que ser el vehículo cómodo en el que se visibiliza la realidad.
¿Qué te impulsa a escribir, qué te inspira?
Pues me inspiran las dudas. La mayoría de las ocasiones, lo que me lleva a escribir son dudas existenciales, miedos profundos, casi siempre irracionales. Diría que principalmente el miedo a no saber cómo reaccionaría si me pasara una cosa en concreto, si me asaltara una decisión en concreto, una duda.
Ahí reside todo para mí: escribir desde la duda y no desde el conocimiento. Por ejemplo, en Lo que prefiere la nieve durante el verano relato la reacción de un hombre ante la depresión postparto de su pareja y cómo afecta todo lo vivido, desde su privilegio, a un problema real e irresoluble.
En Lo que prefiere el gato bajo la lluvia reflexiono sobre el final de la vida, sobre la muerte, sobre las dificultades de la maternidad involuntaria y de sus consecuencias. Sobre la diferencia de clases, sobre la pirámide social.
En Todos mis veranos los pasé en Galvana lo hago sobre el amor, sobre el autodescubrimiento, sobre cómo impacta la visión del resto y su educación sobre nuestros instintos más profundos, nuestras renuncias.
En La Galvana más oscura lo hago sobre el perdón, sobre la venganza.
Intento ponerme en situaciones incómodas en las que me adentro para resolver mis dudas aunque, normalmente, mis novelas acaban con más dudas internas que dudas resueltas. Y está bien así. Porque la vida es así.
Cuando comencé a escribir novelas más intimistas, más basadas en el mundo interior que en el exterior, descubrí que la escritura es el mejor de los mecanismos para ponerse en otras situaciones que, en muchos casos, jamás viviremos. Y, sobre todo, para analizar desde un punto de vista de primera persona el proceso de algo. Al proceso interno, me refiero. Lejos de acciones, analizar sentimientos.
Así, ponerme en la piel de todos ellos, de todas ellas, me lleva a sufrir sus pérdidas y a plantearme cómo sobreviviría —¿sobreviviré?— a las mías. Es un ejercicio de empatía que duele mucho, en ocasiones.
en un solo protagonista, que está muy trabajado y que me cuesta mucho sufrimiento. Diría que soy un escritor de método, así que intento ponerme tanto en la piel de quien habla —siempre en primera persona— que, a veces, hago el viaje de la mano con él o con ella.
¿Qué es para ti escribir?
Para mí, escribir es una pulsión con diferentes consecuencias, según el momento. En ocasiones es, como mencionado en la pregunta anterior, por simple autoconocimiento.
En otras, como desahogo, como sanación.
A través de mis novelas —y de mis posts— me pongo en situaciones nada confortables y me autodescubro creando preguntas que son importantes para mí. ¿Qué es el amor? ¿Qué pasa cuando todo acaba? ¿Cómo era cuando todo empezó? ¿Qué cambió?
Escribir también me sana. Me sana porque me permite poner en boca de otras personas, en la mente de otras personas, reflexiones propias que, en ocasiones, no te permites lanzar al aire. Hay mucha parte de mí en todos mis personajes. Hay mucho de mis pensamientos, de mis miedos, de mis incertezas.
Escribir es contar la vida y reflexionar sobre ella con el parapeto de otro personaje. Y eso siempre tiene consecuencias positivas.
Pero, en todo caso, siempre he dicho que escribir es una forma de ver la vida, no de escribirla. Hay muchos escritores y escritoras que no han escrito jamás porque lo que de verdad hace a un escritor serlo es tener esa capacidad de almacenar momentos, detalles, conversaciones, en lo más profundo del alma para después soltarlas al mundo tras ser pasadas por el tamiz de las letras.
He descubierto que a través de todos estos años escribiendo, lo que he hecho ha sido soltar lastre.
Escribir me ha costado tener que desvelar secretos íntimos, me he llevado a perder relaciones personales que se han sentido aludidas, de una forma u otra, por reflexiones propias en la mente de mis personajes.
En realidad, me ha costado muchos disgustos esto de escribir, ahora que lo pienso. Pero, espero, que desvelar lo que uno siente, lo que a uno le dolió y guardó, lo que a uno le dañó y se comió, nunca merezca la pena conservarlo en sus adentros o que, al menos, soltarlo al aire no tenga siempre la consecuencia de la pérdida. Y si la tiene, que esa pérdida no duela tanto como a veces duele.
En definitiva, no sé por qué escribo, ni para qué, ni para quién. Lo que sí sé es que me da vía libre para conocerme, para generar nuevas dudas, para desahogarme, para denunciar, para alertar y para emocionarme. ¿Es esto una respuesta válida?
Detrás de un escritor suele haber un gran lector, ¿qué te gusta leer a ti?
Leo de todo, pero en los últimos tiempos estoy tirando más de autores que de géneros.
He querido profundizar en autores y autoras muy diferentes y de los que siempre me quedo algo.
En los últimos tiempos he pasado de libros de relatos —Un martes cualquiera—, clásicos —Los hermanos Kamarazov—, ensayo —El mito de Sísifo— o poesía, conociendo a autoras como Sylvia Plath. También alterno con lecturas más formativas, ahora ilusionándome con la escritura de guiones cinematográficos, algo en lo que quiero adentrarme cuanto antes, aunque soy consciente de su dificultad.
También intento abrirme a nuevas voces, nuevos autores nacionales. ¿Mi último descubrimiento? Iván Rojo, del que me he leído casi todo lo publicado. También he leído últimamente a autores aragoneses. Por amistad, por interés y porque creo fervientemente que el talento literario aragonés está en boga y quiero ser el primero en saborearlo.
Actualmente, estoy leyendo La conjura de los necios, de J.K. Toole, tratando de reencontrarme con un Wilt —de Tom Sharpe—, que ya me encantó en su día.
Leo de todo y todo me deja un poso, un aprendizaje.
El problema es que cuando empiezas a escribir, comienzas a leer diferente, de una forma más analítica, más crítica. Como si leer fuera, de repente, un trabajo.
Por eso, recomiendo a todos los que quieran dedicarse a la escritura: leed todo lo que podáis antes de comenzar a escribir, aunque sigáis leyendo mientras lo hacéis. Porque estoy convencido de que mis lecturas previas a intentar dedicarme a esto dejaban un poso diferente al que dejan actualmente.
Eso sí, si leyendo algo por trabajo de repente me olvido de trabajar… es que eso merece mucho la pena.
Mi reciente colaboración con Zaragoza Ciudad como “recomendador” de autores aragoneses me va a llevar desde ya a profundizar en este sector editorial aragonés y me muero de ganas de que así sea.
Incluso en las novelas más imaginativas y alejadas de la realidad, se puede utilizar el argumento para denunciar o, al menos, exponer.
¿Tienes algún nuevo proyecto entre manos?
Lo malo de “no ser escritor, aunque lo seas” es que tienes que trabajar 10 horas en un empleo remunerado y dejas el tiempo libre para escribir. Ese tiempo libre con una casa, una preciosa y divertidísima hija de 2 años y compromisos varios, te deja un tiempo relativo para hacerlo. Aun así, tengo la suerte de poder dedicar unas horas semanales.
Actualmente, estoy en la fase de abrir una nueva historia. Esto significa que tengo cuatro proyectos entre manos a los que dedico, a cada uno de ellos, una hora a la semana, aproximadamente.
Habrá un momento —lo sé— que una de esas cuatro historias se afianzará y, de repente, habrá una nueva novela en camino. Según me siento en cada momento, escribo un proyecto u otro, hasta que uno de ellos me consume y me aísla. Es entonces cuando digo en casa “tengo una nueva historia, hoy no vendré a cenar”. Y escribo y escribo y escribo hasta que me explota la cabeza.
Actualmente, además de la tercera parte de la trilogía de Ika —Lo que prefiere el hombre sobre el puente— estoy con una novela sobre la crisis de los cuarenta y, como siempre, una novela más negra, que me entretiene mucho y me divierte mientras se me ocurre la gran idea.
La cuestión para mí es no parar de escribir, probar cosas, profundizar sobre temas que me preocupen o que llamen mi atención hasta encontrar el tema, la trama y el personaje. Sé que estoy cerca, otra vez.
Hay diferentes tipos de escritores. Admiro a los autores que preparan su novela, la articulan previamente por capítulos, diseñan un mapa conceptual y, finalmente, la parte de la escritura es simplemente el desenlace de su trabajo.
En mi caso, soy completamente diferente. Yo escribo y escribo, al tuntún. Sin ton ni son. Escribo, reflexiono, tengo un montón de reflexiones sin sentido, párrafos sueltos, canciones transcritas. Y, de repente, todo eso comienza a adquirir otro tinte, otro carácter, encuentro los nexos y es entonces cuando comienzo a vomitar. Vomito tanto que no sé lo que escribo.
Tanto es así que cuando la última editorial con la que he trabajado —Letra R— me mandó las propuestas con las mejores frases de la novela para las herramientas de marketing —marcapáginas, anuncios y hasta camisetas— no reconocí apenas ninguna. Fue como «oye, pues no están nada mal…» y eran mías, pero yo no lo sabía.
¿Hay algo que quieras añadir?
Solo agradecer a AEA por acordarse de mí y, por supuesto, a Laura Latorre, a quien admiro como escritora y como persona.
Es necesario gritar a los cuatro vientos que hay mucha gente dispuesta a escribir desafiando al entorno, al mercado y a todo, en general, simplemente por el mero placer de escribir y de crear.
Me gustaría animar a todas las personas a las que les gusta leer y escribir que compartan sus inquietudes, sus textos y sus lecturas.
Si globalizamos la cultura desde lo local, si nos alejamos del mercado y tiramos de pulsiones, llegaremos mucho menos lejos, pero mucho más fuertes.