Hablemos de economía Opinión

Democracia vs. despotismo

Antonio Morlanes Remiro

PRESIDENTE DE ARAGONEX

aragonex@aragonex.com · www.aragonex.com

En otras ocasiones me ha parecido oportuno tratar el mundo del comercio. Sigo afirmando que es el fundamento de la economía; sin él, la producción no tendría sentido y, desde luego, no existiría la competitividad. Desde finales del siglo XX, hemos avanzado sin interrupción en el desarrollo de un comercio global. Los países consideran necesaria la eliminación de fronteras para lograr un comercio dinámico y justo, en el que las personas, sin importar su ubicación geográfica o social, puedan acceder a todo lo necesario para desarrollar su forma de vida.

¿Qué significa lo expuesto? Todo aquello que tarda en construirse puede destruirse en un instante, una desgracia, pero fácilmente realizable: solo hace falta la acción de quienes no comprenden la coincidencia de intereses entre territorios y personas, basada en la igualdad de pertenecer a la misma especie. Hoy nos encontramos ante la siguiente situación: en Estados Unidos, sus ciudadanos han decidido que su camino sea liderado por una persona que considera que solo sus intereses tienen valor. Esto deja al margen no solo a otros países, sino también a muchos estadounidenses. Intentaré explicar las decisiones políticas y económicas del señor Trump.

Pongamos negro sobre blanco un instrumento fiscal con el que el presidente de EE.UU. se identifica claramente: el arancel. Se trata de una tarifa impuesta a los productos o servicios que entran o salen de un país, aplicada especialmente a las importaciones.

Esta es una fórmula que tiene como objetivo incentivar el consumo de productos locales. Sin embargo, cuando un bien sujeto a arancel entra en el país, el comprador debe pagar un precio mayor debido a esta tarifa. Esto implica que si el comprador lo que demanda son materias primas, su producción se ve incrementada en el precio de venta y por tanto sus clientes pagan más por un producto que no ha cambiado de coste, pero su gobierno lo ha encarecido artificialmente. 

La implantación del arancel principalmente se puede hacer con dos fines: el recaudatorio, realizado por el gobierno del país, en este caso el de EE.UU., o bien para proteger a las empresas locales. Sin embargo, en un mercado productivo como el actual, no se cumplen ninguno de los dos objetivos. La producción global se basa en commodities, por lo general importadas, y los productos finales suelen fabricarse en diferentes países, por lo que habremos hecho un flaco favor a la economía local, además de provocar inflación. Al reducir el consumo por elevación ficticia del precio, tampoco se incrementará la recaudación fiscal.  En el contexto actual, donde la tendencia es la liberalización del comercio, estas políticas lo restringen y deprimen la demanda en todos los mercados.

En definitiva, el señor Trump ha tomado el liderazgo de un nuevo modelo de sociedad en el que la democracia y el Estado pierden valor. En este esquema, el individuo que sea capaz de autogestionarse tendrá relevancia, pero solo si se ajusta a normas rígidas de género sin consideraciones adicionales

En un sistema globalizado, la desestabilización de los flujos económicos no produce beneficios ni empresariales ni sociales; al contrario, resta eficiencia a las empresas. Además, los países afectados por estos aranceles suelen responder imponiendo medidas similares, lo que conduce a una escalada de precios y una reducción del consumo. Esto distorsiona la oferta y la demanda, genera inflación e impacta en el precio de la mano de obra. Si las empresas suben los salarios, la inflación se refuerza; si no lo hacen, el consumo disminuye aún más. En definitiva, nos encontramos ante uno de los mayores despropósitos económicos de los últimos años.

Por cierto, cuando estos aranceles afecten a la economía doméstica española, ¿dónde estarán los patriotas de VOX? ¿Renunciarán a su afinidad con Trump? Me temo que no.

En este caso, nos enfrentamos a un ególatra sin respeto por nadie, capaz de vincular el destino de su país con otro líder de características similares: Putin. Ambos son figuras alejadas de la democracia, cuyo sello distintivo es la falta de voluntad para fomentar el entendimiento entre los pueblos. Ni siquiera parecen preocuparse por las consecuencias de sus acciones para sus propios conciudadanos.

En definitiva, el señor Trump ha tomado el liderazgo de un nuevo modelo de sociedad en el que la democracia y el Estado pierden valor. En este esquema, el individuo que sea capaz de autogestionarse tendrá relevancia, pero solo si se ajusta a normas rígidas de género sin consideraciones adicionales. Este será el valor de este nuevo tiempo. Las regulaciones empresariales, que tanta lucha y esfuerzo le ha costado al mundo, sobre diversidad, igualdad e inclusión, han desaparecido. Como resultado, la mujer, en el mundo laboral, vuelve a una posición subordinada al hombre y el movimiento LGTBI queda sin reconocimiento, ya que ha sido prohibido. Según su discurso reiterado, solo existen hombres y mujeres.

El respeto a otros países también se ha desvanecido. En su visión, Gaza se convertiría en un resort turístico de lujo gestionado por Israel, con Trump como propietario. También ha manifestado intenciones de reclamar Groenlandia, el Canal de Panamá, Canadá y las tierras raras de Ucrania, todo ello con el respaldo de Putin y el desprecio hacia Europa.

Ha llegado el momento de alzar la voz y dejarle claro que quien no tiene posición es él. Espero que sean los propios estadounidenses quienes formen cuerpo con Europa y retomen el camino de la democracia y los derechos humanos.

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