La adicción a la pornografía desde el uso temprano del móvil: el impacto invisible

Derecho de Internet y otras tecnologías

Susana Pastor Embi
Directora de Marketing y responsable
de ATREVS “INTÉRPRETES DIGITALES”
susana.pastor@atreuslegaldigital.es
En el artículo anterior hablamos sobre los riesgos del acceso temprano al móvil en manos de los más pequeños. Hoy continuamos explorando este tema, pero con un enfoque aún más delicado: cómo ese acceso puede exponer a los menores, sin preparación ni madurez, al mundo de la pornografía. Este fenómeno, cada vez más común y alarmante, tiene implicaciones que van mucho más allá del momento presente, afectando su desarrollo psicosocial, su salud mental y sus relaciones futuras.
El uso temprano de dispositivos móviles ha abierto una puerta a internet que los menores cruzan con una naturalidad preocupante. En muchos casos, esa puerta les lleva a contenidos para los que no están preparados. Según la APD (Asociación de Pediatría Digital), el 25% de los menores españoles tienen acceso a un dispositivo móvil propio antes de los 10 años, y para cuando llegan a los 12, más de un 30% ya ha estado expuesto a material pornográfico. Estos primeros contactos, muchas veces no intencionados, suelen derivarse de búsquedas accidentales, anuncios intrusivos o enlaces compartidos en redes sociales o grupos de mensajería.
El impacto de esta exposición va más allá de la simple visualización. La pornografía a edades tempranas distorsiona la percepción del sexo y las relaciones humanas, enseñando dinámicas alejadas de la realidad, donde el consentimiento, el respeto y la comunicación quedan ausentes. Esto afecta directamente al desarrollo emocional de los menores, quienes interiorizan expectativas irreales que pueden derivar en relaciones tóxicas o disfuncionales en la adultez.
La pornografía a edades tempranas distorsiona la percepción del sexo y las relaciones humanas, enseñando dinámicas alejadas de la realidad, donde el consentimiento, el respeto y la comunicación quedan ausentes
Además, está la problemática de la adicción. La exposición reiterada a este tipo de contenidos activa los circuitos de recompensa del cerebro, similares a los que se disparan con el consumo de sustancias adictivas. Un estudio de la Sociedad Española de Psiquiatría Infantil alerta sobre un aumento del 20% en los casos de adolescentes con comportamientos compulsivos asociados al consumo de pornografía. Estos jóvenes no solo experimentan aislamiento social y deterioro emocional, sino que también pueden desarrollar trastornos de ansiedad, depresión e incluso dificultades para establecer relaciones sanas en el futuro.
Las consecuencias no terminan ahí. La constante conexión a través de dispositivos móviles reduce el tiempo que los menores deberían dedicar a socializar, jugar o aprender. Este «tiempo perdido» tiene un impacto directo en su desarrollo psicosocial, y el aislamiento puede convertirse en el caldo de cultivo para problemas de salud mental que trascienden a la adultez.
Frente a esta preocupante realidad, el papel de los padres y educadores es más crucial que nunca. Proteger a los menores de una exposición inapropiada a internet implica algo más que filtros de control parental; requiere diálogo, educación y un acompañamiento activo. Los adultos deben generar espacios de confianza donde los menores se sientan seguros para expresar sus dudas y preocupaciones. También es fundamental enseñarles a identificar contenidos nocivos y a cuestionar los mensajes que reciben a través de las pantallas.
Como sociedad, tenemos la responsabilidad de visibilizar este problema y trabajar juntos para prevenirlo. Desde las familias, las instituciones educativas y los organismos públicos, es posible promover un uso saludable y responsable de la tecnología que proteja a los más vulnerables.
Este artículo no busca alarmar, sino generar conciencia. El año avanza, la tecnología evoluciona, pero con ella también deben avanzar nuestras estrategias de protección y educación. Si actuamos ahora, estaremos construyendo un futuro más sano y seguro para los menores, y evitando que la normalización de este problema siga causando estragos en las generaciones venideras.