
Hablemos de economía

Antonio Morlanes Remiro
PRESIDENTE DE ARAGONEX
aragonex@aragonex.com · www.aragonex.com
No cabe ninguna duda de cómo el tiempo transforma todo, y por supuesto, no quedan al margen los escenarios económicos en los que nos desenvolvemos. Tanto es así que, incluso, las definiciones sobre las tareas que la sociedad realiza tienden a acomodarse a nuestras propias demandas en los modelos de convivencia que hemos adoptado.
No voy a entrar en el desequilibrio que afecta a las diferentes regiones y sociedades que componen el mundo. Considero que, si analizamos nuestra realidad, la del llamado «mundo desarrollado», podremos entender cómo en el resto ya es una demanda simplemente el hecho de nacer.
Volviendo a cómo se ha transformado nuestra sociedad, observamos una evolución histórica muy interesante. El comercio ha sido la fórmula mágica por la que los individuos han podido relacionarse, comprendiendo que se necesitaban unos a otros. Sin embargo, ese intercambio de bienes requería un sistema justo, y el trueque no terminaba de ser equitativo en cuanto a la valoración de los objetos.
Es aquí donde surge el dinero como instrumento para permitir un comercio más dinámico y menos problemático en términos de comparación de valores. El dinero ha evolucionado, generando a su alrededor más funciones que las originales. En este contexto nacieron los bancos, instituciones destinadas a facilitar el uso y la veracidad del dinero. Sin entrar en la historia de estas entidades, centrémonos en el momento actual. La primera reflexión que me surge es cómo han ido constriñendo su uso físico en favor de otro virtual que ellos controlan. Han convencido a los gobiernos de que, de esta forma, se reducen las operaciones de economía sumergida y delictiva. Me atrevería a afirmar que el objetivo principal es que todas las transacciones económicas pasen por las entidades financieras, maximizando su negocio y anulando la capacidad de los ciudadanos para decidir cómo gestionar sus recursos monetarios. El dinero físico está destinado a desaparecer.
Con los avances tecnológicos, muchas empresas han logrado lo que ya se conoce como “trabajadores gratuitos”, es decir, todos nosotros.
Podríamos pensar que este aumento de las transacciones virtuales generaría un incremento de personal. Sin embargo, vivimos en una era tecnológica, lo que, aunque positivo para nuestra evolución, tiene consecuencias significativas en este sector financiero. Ahora los clientes, tanto en los cajeros automáticos como en internet, realizamos prácticamente todas las operaciones financieras que necesitamos. Como resultado, entre fusiones bancarias, cierres de sucursales y adelgazamiento de personal en las oficinas que permanecen abiertas, el número de empleos ha disminuido considerablemente. Este hecho contrasta con los elevados beneficios que están obteniendo estas entidades.
En cuanto a la mano de obra, lo que ocurre con los servicios bancarios también se aplica a otros sectores. Por ejemplo, las compras por internet, el autoservicio en gasolineras, el sistema de «cóbrese usted mismo» en los supermercados, compra de billetes de viaje, hoteles y hasta localidades de cine y teatro e incluso el reparto a domicilio mediante drones en lugar de repartidores. Si revisamos otros ámbitos productivos, encontraremos muchos más casos. Hace unos días, un amigo me contaba cómo un astillero que en 1974 tenía una plantilla de 1.600 trabajadores, hoy cuenta solo con 60. Esto sucede porque muchas partes del barco en construcción llegan al astillero fabricadas por robots en empresas auxiliares.
Es importante sacar conclusiones de esto, y me atrevo a exponer las mías. Con los avances tecnológicos, muchas empresas han logrado lo que ya se conoce como “trabajadores gratuitos”, es decir, todos nosotros. Al asumir el modelo del «hágalo usted mismo», liberamos a las empresas de costes importantes derivados de la eliminación de puestos de trabajo. Además —y esto es sorprendente—, en el sistema bancario, cuando retiramos dinero de un cajero, hacemos una transferencia en línea u otras operaciones, además de trabajar gratis para ellos, ¡tienen la osadía de cobrarnos por el servicio que nosotros mismos realizamos!
Entiendo que no debemos ir en contra de los avances tecnológicos, pero sería justo y apropiado que las empresas pagasen una cuota a la Seguridad Social por las máquinas y robots que utilizan y que nos convierten a los clientes/ciudadanos en sus “trabajadores gratuitos”.
Como las máquinas no generan gastos para la Seguridad Social, propongo que esta cuota sea, al menos, del 15 % sobre la base imponible del salario mínimo interprofesional. Este sistema garantizaría un futuro para las pensiones.
Es fundamental entender que la evolución de las sociedades impulsada por la tecnología no debe producirse a costa de la mayoría para beneficiar a unos pocos. Distribuir la riqueza es lo que mejor nos identifica como personas y ciudadanos.